El caso de las libretas de notas
El tercero A del colegio Buenaventura era un curso bastante revoltoso. Ese viernes entregaban las notas del trimestre y la señorita Leonor dejó el alto de libretas blancas en una esquina de su escritorio. La totalidad de los veinticuatro alumnos fijó sus ojos muy abiertos en ellas: el panorama que presagiaban esas libretas no era muy alentador.
-Tengo rojo en matemáticas -susurró la histriónica Marcela.
-Y yo en química -cuchicheó Andrés, pálido por encima de sus pecas.
-¡Adiós, fiesta! -suspiró Catalina, soplando con desánimo su flequillo.
-¡Silencio! -interrumpió la señorita Leonor-.
-Quiero decirles que en general el rendimiento del curso durante este trimestre ha sido pésimo, y las notas, muy malas ... Repartiré las libretas durante la última hora de clases y tendrán que traerlas firmadas el lunes, sin falta-
La profesora, luego de sentarse en su silla, llamó a Mauricio al pizarrón. El muchacho, que tenía fama de sabiondo, comenzó a resolver una complicada ecuación y la clase siguió lenta y pesada. Media hora después, una campanilla animó levemente las sonrisas en los rostros: todos guardaron sus libros y salieron al recreo.
-¿Cómo convencer a la profe para que no nos entregue las notas hasta el lunes? -preguntó Marcela, sin ánimo ni para comer su sándwich de queso.
-¡Sueñas! -le contestó la lánguida Constanza.
-Es que el asunto es grave: ¡nos quedaremos sin fiesta, Connie! ¿No te das cuenta?
-¡Claro que me doy cuenta! ¿Por qué crees que estoy tan deprimida- El gesto de Constanza era de absoluto desaliento.
Se afirmó en la vieja palmera, en una pose de actriz dramática. En ese momento se acercó Mauricio:
-Al paso que van mis queridas compañeras, tendré que bailar solo en la fiesta si entregan hoy las libretas ...
-¡El genio Mauricio! ¡Nunca pierde la oportunidad de hablar de sus ingeniosas ocurrencias! -comentó Marcela, dándole la espalda.
-No sean tontas, chicas, si lo único que quiero es que todos vayamos a la fiesta.
-Nosotras también queremos. ¿Qué propone el genio? -interrogó Constanza, sin perder su desgano.
-Un ardid para evitar que nos entreguen las libretas -respondió Mauricio, muy serio -No olviden que tengo que conquistar a Catalina-
Al poco rato, la campanilla anunció el final del recreo y el comienzo de la última hora de clases.
Marcela, al oír esto, levantó una mano y gritó:-¡Eh! ¡Tercero A! ¡Reunión: el genio tiene su plan!
-No seas tonta, Marcela, si usaras más tu cabeza... Mauricio llevó un dedo a su propia sien y luego se alejó con expresión seria.
Andrés y Catalina se acercaron a las dos amigas, que se habían quedado mudas, contemplando a Mauricio.
-Con Catalina hemos estado pensando que hay que evitar, como sea, la entrega de esas notas.
-Otro genio que descubrió América: ¡todos sabemos que con esas notas hay que olvidarse de la fiesta! -Se enojó Marcela -Pero hasta ahora nadie ha propuesto una solución.
Connie golpeó con rabia el tronco de la palmera y luego, con un gesto asustado, mostró la yema de su pulgar herido por una pequeña astilla.
-Una que se fue a la enfermería –comentó Andrés.
-Y otra que se va a la biblioteca: tengo que devolver un libro -Catalina partió corriendo.
Andrés y Marcela quedaron pensativos.
-Bueno, no me queda otra que resignarme a un sábado sin fiesta: estoy sentenciado –dijo Andrés con tono sepulcral.
Marcela quedó sola: -¿Resignación?-repitió para sí- . ¡Ah, no, eso nunca! -Y caminó a grandes zancadas en dirección opuesta a la de su amigo.
Al poco rato, la campanilla anunció el final del recreo y el comienzo de la última hora de clases.
Los alumnos entraron a su sala en forma estrepitosa y cada uno tomó asiento en su lugar. En ese momento estalló la voz de la profesora: -¿Quién sacó de aquí las libretas de notas?
La señorita Leonor insistió, en tono aún más agudo: -Repito, por si no han entendido: ¿quién sacó de aquí las libretas?
Los alumnos se miraron asombrados, pero ni una palabra salió de sus bocas.
La profesora, entonces, se levantó de su silla.
-Niños: esto no es broma. Es gravísimo. Por última vez: ¿quién fue el gracioso o la graciosa? Es mejor que se levante ahora.
Ni un suspiro se escuchó. Marcela observaba a sus compañeros en una inmovilidad total. Connie miraba a Marcela. Mauricio disimulaba una sonrisa con Catalina. Andrés rayaba con insistencia la tapa de su cuaderno. Un aire de expectación, mezclado con alegría mal disimulada, flotaba en el ambiente.
La voz de la profesora ahora amenazaba:
-Ustedes saben que esto es motivo de expulsión, pero les daré una última oportunidad: me iré de la sala solo por cinco minutos, y si a mi regreso no están las libretas sobre el escritorio, comunicaré el hecho a la Dirección.
Calló unos segundos y luego prosiguió:
-Les doy una oportunidad para ser honestos. Si se presenta el culpable, el castigo no será tan drástico. Si no sucede así, alguien arrastrará a todo el curso con él. Y salió de la sala.
En el primer momento nadie habló ni se movió. Estaban todos paralizados. Hasta que de pronto una figura -conocida por los lectores- se incorporó de su banco y caminó hacia el casillero de los útiles. Tomó con ambas manos el alto de libretas, escondidas tras las cajas de tiza y, ante el estupor de sus compañeros, avanzó hacia el escritorio de la señorita Leonor. Cumplido el plazo, cuando la profesora regresó, las veinticuatro libretas blancas ya estaban en su lugar.
La señorita Leonor las tomó sin decir ni una palabra. El curso entero estaba pendiente de sus más mínimos gestos. La oyeron suspirar y vieron cómo trataba, al parecer, de borrar una manchita sobre la primera libreta. Su cara no reflejaba ninguna emoción; pero a sus alumnos, que ya la conocían, no les cupo duda de que ella estaba decidiendo algo.
En ese momento habló: -Bien, ahora falta que se presente el culpable.
Como el silencio se prolongaba, la maestra caminó entre los escritorios para observar con detención a sus alumnos. Los niños, nerviosos, se mantenían inmóviles. Catalina apenas si respiraba; Mauricio se mordía el labio; Connie daba vueltas al anillo en su dedo; Andrés retorcía el lóbulo de su oreja y Marcela había cerrado los ojos en actitud de mártir.
Cuando el recorrido hubo finalizado, la voz fue tajante: -Quiero que sepan que ya me he enterado de quién es el responsable. Y dijo un nombre. La profesora no se equivocaba.
Con gesto compungido, la persona aludida confesó su culpa.
Autor: Jacqueline Balcells y Ana María Güiraldes
Del libro "Trece casos misteriosos"-Editorial Adres Bello
CONTESTAR
1- a-Escribir el argumento del texto en un máximo de 5 renglones.
b-Escribirlo al mismo en 3 renglones.
c-Escribirlo en un renglón y medio sólo.
2-La señorita Leonor fue muy inteligente y observadora:
¿Qué vio ella en su paseo entre los alumnos que la llevó a descubrir al culpable?
3-Cuenta en forma escrita algun suceso que recuerdes que te sucedió en la escuela.
El caso de la moto embarrada
Marcelo, Gonzalo, Ignacio y Felipe rodeaban la moto negra y brillante de Rodrigo. Marcelo clavaba sus ojos extasiados en los rayos de las grandes y potentes ruedas que hacían adivinar la velocidad que podían alcanzar. Gonzalo acarició el manubrio, tocó con la punta de sus dedos el acelerador manual y elevó sus cejas en un gesto de admiración.
-¡Fiuu! -silbó Felipe, con las manos en los bolsillos de sus parchados jeans.
-¿Puedo probarla? -preguntó Ignacio con ansiedad.
-¡Nones! Ese es mi privilegio -fue la respuesta categórica de Rodrigo.
-¡No seas mal amigo! -dijo Gonzalo, entre serio y bromista.
-No soy mal amigo: ¡ni yo la puedo usar aún! Prometí a mi papá que no andaría en ella hasta tener licencia de conducir.
-O sea que nunca la vamos a usar –dedujo Marcelo con gesto de desaliento.
-Me temo que no todavía si no tienen tampoco la licencia -se encogió de hombros Rodrigo.
Los amigos se quedaron en silencio.
-¿Te imaginas el impacto que yo causaría en Francisca si me viera llegar en esa moto? -suspiró Gonzalo.
-¡Fiuuu! -fue la respuesta de Felipe, aún con sus manos en los bolsillos y acariciando la moto, ahora con su mirada. Rodrigo golpeó sus palmas.
-Bueno, por hoy se guarda-dijo, mientras empujaba suavemente el vehículo hacia el garaje-. ¡Acuérdense de la prueba de química de mañana!
-¡Tener una moto nueva y pensar en estudiar! -comentó Marcelo.
-¿Y vas a dejar la llave puesta? -se sorprendió Ignacio.
-¿Estás loco? La dejaré escondida -y Rodrigo colgó la llave en un clavo, bajo un mesón atiborrado de botellas y tarros de pintura viejos. Luego de dar una última ojeada a la moto y de preguntar a su dueño todo tipo de detalles técnicos, los amigos volvieron a recordar su prueba de química. Su único pensamiento durante el viaje hacia la calle y se despidieron apresurados.
Ignacio, Marcelo, Felipe y Gonzalo se alejaron arrastrando sus zapatillas deportivas y las manos en los bolsillos de los gastados jeans. Uno a uno fueron entrando en sus casas del barrio.
Cuando Marcelo, el último en traspasar la reja de su antejardín, llegaba a la puerta de entrada, la lluvia comenzó a caer copiosa.
A las once de la noche, un par de zapatillas blancas saltaron, esquivando charcos y llegaron hasta el garaje de Rodrigo. Una mano nerviosa abrió la puerta y buscó bajo la mesa con botellas y tarros. Luego, la figura enfundada en jeans empujó silenciosa la moto hacia la calle solitaria.
Dos horas después, la misma figura repetía la operación, pero a la inversa. Después una puerta se cerró con un tenue chasquido.
A la mañana siguiente, los cinco amigos se levantaron temprano para ir a clases. Pero Rodrigo, antes de salir, abrió el garaje para dar el primer vistazo del día a su flamante moto. De pronto, algo llamó su atención: las relucientes ruedas del día anterior y los impecables cromados que habían despertado la admiración de sus amigos, estaban ahora llenos de salpicaduras de barro. Su ceño se endureció y buscó las llaves: allí estaban, en el mismo lugar donde él las había dejado. Tuvo un momento de indecisión, pero miró la hora y salió corriendo para alcanzar el bus que pasaba por la esquina.
Su único pensamiento durante el viaje hacia la universidad fue tener una rápida reunión con sus amigos y aclarar con ellos el misterio. Alguien tendría que explicar muchas cosas, porque –no cabía duda- uno de ellos había sacado durante la noche su fabuloso regalo.
Luego de la prueba de química, que fue difícil y larga, los cinco estudiantes de primer año se reunieron en la casa de Felipe, invitados por este a tomar unas bebidas. Todos bromeaban, ya relajados de haber pasado la prueba, menos Rodrigo, que miraba hosco a cada uno de sus compañeros.
-Ánimo, hombre. ¡Tan mal no te puede haber ido! -bromeó Marcelo, dirigiéndose al serio amigo.
-Estás con cara de funeral -comentó Gonzalo, subiendo el volumen de la música.
-¡Y teniendo esa moto, andar así me parece increíble! -El tono de Felipe era de enojo.
Ignacio, por su parte, solo se encogió de hombros, mientras tomaba un sorbo de su bebida.
Rodrigo se puso de pie y apagó con gesto brusco el equipo de música.
-Tengo que hablar con ustedes a propósito de la moto -comenzó.
Todos lo miraron, extrañados de su gravedad.
-¿Qué te pasa, Rodrigo? -preguntó Felipe, sirviendo más bebidas en cada vaso.
-Alguien sacó mi moto anoche y la dejó toda embarrada -dijo bruscamente Rodrigo.
Los otros se miraron en silencio y, antes de que dijeran algo, Rodrigo insistió, con tono duro:
-Necesito que cada uno de ustedes me diga lo que hizo anoche.
-¿Y por qué dudas de nosotros? -habló primero Ignacio, levantando hombros y manos en un gesto de extrañeza.
-Porque son los únicos que conocían el escondite de las llaves.
-¡Medio escondite! -se escuchó decir a Marcelo.
-¿Qué hiciste anoche, Marcelo? -preguntó el dueño de la moto.
-Yo, mi viejo, comí, me acosté, intenté estudiar en la cama y me desperté esta mañana con el libro en la cara.
-Lo que es yo, me dediqué a estudiar y luego me relajé con un superbaño de tina antes de acostarme -dijo Felipe.
-Yo, después de estudiar, vi la última película de la noche. Claro que no me pregunten cómo se llamaba, porque era de esas antiguas -explicó Ignacio.
-¿Y tú, Gonzalo?-preguntó Rodrigo, serio.
-Yo fui a ver a Francisca. Tengo derecho a pololear, ¿no?
-¿Hasta qué hora? -volvió a inquirir Rodrigo.
-Hasta las, ¿once, serían?, ¡qué importa! De ahí, derecho a estudiar química.
En ese momento los muchachos se pusieron de pie para saludar a la mamá de Felipe, que entraba en el living.
-¿Qué tal? -dijo ella, afable. Y dirigiéndose a Marcelo, añadió-: Parece que hubo barullo anoche en tu casa…
-¿Barullo? -se sorprendió el aludido.
-¿Cómo? ¿No te enteraste?
La expresión de Marcelo era de real consternación.
-Es que ... soy de sueño pesado ... y salí tan temprano en la mañana ... ¡Nadie me dijo nada!
La señora sonrió.
-¡Estos jóvenes! Sucede que a tu mamá anoche le dio un ataque a la vesícula y el doctor
López, nuestro vecino, tuvo que ir a verla. Claro, no quisieron despertarte. ¿Y cómo les fue en la prueba?
Los amigos abrieron la boca para responder al torrente de palabras de la señora, pero esta, sin dar lugar a que otro hablara, siguió dirigiéndose a Gonzalo:
-"Gonza" supe que Francisca está con hepatitis.
Todos miraron a Gonzalo.
-¿ Y cómo no nos habías contado? –preguntó Felipe.
-¿Y por qué tenía que contarles? -se defendió el amigo, algo molesto.
-Tan reservado este niño -siguió la mamá de Felipe-. Me dijo la señora del doctor Pérez que tenía para un mes de cama -y, cambiando el tema, gritó hacia la cocina-: Laura, ¿es el cartero el que acaba de tocar el timbre?
–No-de inmediato se oyó una voz joven-. -Es el plomero que viene a ver por qué el calefón no funciona.
-Ah, ¡finalmente!, porque ayer lo esperamos durante el día entero. Ojalá que no suceda lo mismo con el electricista, porque después del corte de luz que tuvimos anoche, algo pasó con la lámpara del baño. ¡Todos los desperfectos vienen juntos! ¿A ustedes no se les cortó la luz anoche? -preguntó, dirigiéndose a todos a la vez.
Los jóvenes, un poco mareados con tanta conversación, se encogieron de hombros, menos
Ignacio, que contestó amable:
-Solamente parpadeó un poco, mientras veía la película.
-¿Tú también viste esa película maravillosa de la Meryl Streep? -inició una nueva conversación la señora.
-Sí, sí, claro -respondió Ignacio, mirando de reojo a Marcelo, con cara de "¡hasta cuándo!".
Por suerte para los muchachos, la voz de la muchacha desde la cocina se volvió a escuchar:
-Señora, ¿podría venir?
Ella, entonces, prometiendo volver más tarde,· salió de la habitación.
Rodrigo, cabizbajo, miraba los dibujos de la alfombra. Cuando levantó la cabeza, sus ojos se clavaron en uno de sus amigos.
-Ahora sé que fuiste tú -afirmó. El rostro de uno de los muchachos enrojeció:
-Perdóname, no me aguanté la tentación-dijo de inmediato.
-Pero prometo lavártela y dejarla brillante y reluciente como cuando te la trajeron.
-¡Qué sea por un mes!- dijo sonriendo Rodrigo.
Y los amigos terminaron entre risas y chanzas.
FIN
LECTOR: ¿cómo supo Rodrigo quién había sacado su moto?
¿Cúal de sus amigos evidentemente mintió?
Autor: Jacqueline Balcells y Ana María Güiraldes
Del libro "Trece casos misteriosos"-Editorial Adres Bello
Actividad 3- del Módulo Introductorio: visionado del siguiente video. Luego contestar a las consignas.
Actividad 2- del Módulo Introductorio: visionado del siguiente video. Luego contestar a las consignas.
Observar los siguientes videos y reconocer todas las marcas de oralidad que se aprecien
Observar el siguiente video y contestar las consignas del pizarrón
